HIGINIO LIBRADO RETANA
EL ÚLTIMO TELAR ARTESANO DE TOLEDO
Nacido y enterrado en Toledo, Higinio Librado Retana tenía ascendencia vasca, de Vitoria, de donde llegó a Toledo su padre, Eduardo.
Ambos trabajaron en el telar propio, que se extinguió al comienzo de la guerra civil porque, ya solo Higinio al frente de la pequeña industria, con su mujer y sus hijos tuvo que abandonar la casa en la que el taller estaba instalado, situado al final de la cuesta de San Justo.
En el telar se confeccionaban galones, agremanes y cintas, tejidos con hilo de algodón de Barcelona, hojuela procedente de Alemania y, en los últimos años, seda de Valencia.
El producto elaborado tenía como destino principal Madrid.
Higinio se casó con Catalina Díaz, nacida en la próxima localidad de Bargas, a la que conoció siendo soldado.
Ella ayudó en todo al marido, atendiendo el hogar y echando una mano en el telar; además todavía sacaba tiempo para trabajar a domicilio como peinadora de alguna escogida clientela.
El buen humor de la esposa se identificaba con el del cónyuge, ambos esperando gozosos fechas señaladamente festivas como las de los carnavales, en los que participaban correteando por calles y plazas disfrazados ingeniosamente. Su economía doméstica, si no boyante, sí era lo suficientemente holgada posible para satisfacer a sus hijos Elisa, Antonio, Carmelo y Carmen caprichos inalcanzables para otras familias como fueron la compra de un burrito y más de una vez un cordero para que jugaran sus niños, que éstos hacían alborozadamente ante las felices miradas de los padres.
Largas horas de la jornada le ocuparon sus labores al último tejedor de Toledo, ello aprovechando la luz natural, temporadas inciertas de una bombilla y si se suspendía el servicio eléctrico, circunstancia nada excepcional, recurría a la más segura, que era la producida por carburo dentro de un bote arreglado y adaptado por el hábil y afanoso artesano. Hasta artesanos eran algunos términos hablados empleados por él para designar varias piezas de su equipo; así, a Higinio se le oía decir «caña», que aplicaba al carrete en que se enrollaban hilos de alpaca, de algodón o seda, acaso corrupción de un tecnicismo industrial.
Artesana fue su pericia en reponer o corregir algún elemento de los que estaba formado el telar; muy diestra y pacientemente manejaba limas para hacer o perfilar las roscas de los tornillos, éstos de madera como lo era la materia de la mayor parte de los componentes de su rudimentaria maquinaria.
Ruedas de nogal, cojinetes, ejes de levas y sus contrapesos, pedales para mover sin descanso por el pie del operario, rodillos, alambres verticales para guiar la urdimbre y la trama, se encajan en el alto y ancho bastidor conservado.
Aún puede verse funcionar este artilugio en una estancia que, en la calle de las Recogidas, confluyente con la cuesta de San Justo, guarda con devoción filial el último superviviente de
los Librado, el hijo llamado Carmelo.
Un acompasado trasteo se deja oír, si se maneja el pedal, en el ámbito donde permanece este antiguo telar y también las devanaderas para enlazar el hilo de las madejas a los tirantes de la máquina de tejer.
Al final se halla otro tipo también llamado devanadera, pero que, al revés, enrollaba las cintas hechas, dispuestas para el empaquetado y posterior envío al cliente.
Higinio era un artesano que daba gran valor a sus procedimientos personales, por lo que curiosamente llamaba la atención verle humedecer sus dedos en la boca y con ellos hacer pasar los hilos con mejor adherencia por las restantes canillas.
Carmelo, el hijo, heredero de la laboriosidad de su padre, tiene reunido un interesante museo, en el que el antiguo telar de la familia ha añadido un amplio conjunto de pequeñas armas blancas, cuchillería y herrajes salidos de multiplicidad de plantillas; hay también en el museo una pequeña fragua, una mufla, un torno y moldes para recoger productos de fundición. Todo esto ha sido creado y acondicionado por las expertas manos de este inteligente sucesor. Abundan asimismo en esta folklórica colección gran variedad de pasados objetos hogareños, como son cofres, antiguas cajas de madera guardadoras de adornos de mujer, antaño las cajas metálicas de marcas de conservas, peinetas, alfileres y un sinfín de útiles que llaman la atención. Se reúnen igualmente carteles, prospectos y testimonios escritos pertenecientes a épocas fenecidas, muy informativos. Debe verse este pequeño museo, aunque haya que esforzarse subiendo la empinada cuesta de San Justo, próxima a él.
María Victoria Gómez Martín Abad
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